septiembre 12, 2010

El Sermón


        Avelino del Sol se secó los mocos con la parte inferior del hábito, pero el padre no se dio cuenta porque estaba ocupado escanciando el vino, es decir, empinando el codo, para los que desconocen los usos y abusos de la Santa Iglesia. Avelino también escancia de vez en cuando, cuando nadie lo ve.

        Tomó unas brasas de mirra y las metió en el incensario, además tomó un puñado de hostias del paquete sin consagrar. Después del servicio irá junto a la laguna y se las comerá untadas con la jalea de higos que lleva en el otro bolsillo de sus pantalones bermudas.

        En la nave principal empezaron a sonar los bramidos del órgano, estertores resonantes que llenan la capilla con sus ecos.
        - ¡Maldita sea la madre del aparato endemoniado!
        - Hola, hace días que no te veía.
        - Jo’ es más de lo que muchos pueden decir… ¿cómo has estado chavalillo?
        - Por aquí y por allá, bien, supongo.
        - Al menos estáis vivo, que es bastante.
        - A ti no te va tan mal…
        - Bueno hijo, eso es otro cantar.
        - Nos vemos al rato, ¿vale?
        - Vale.

        Diciendo esto el ilustre Don Manuel Galende Martínez de la Hidalga se desvaneció a través de una columna y no levantó ni el polvo; costumbre que había adquirido luego de fallecer en un santo campo de batalla, allá por el año de 1.066.

        Ha empezado a llegar gente, los fanáticos siempre llegan temprano, para ocupar los primeros bancos (¡cómo si alguien les fuera a quitar el puesto!). El otro monaguillo, Rodrigo, se dilata en el campanario más de lo necesario y repica las campanas más de lo necesario también. Avelino sabe que lo hace para poder fumarse un cigarrillo, entre tan y tan le da una calada, cuando lo termine va a bajar y querrá ayudarlo enseguida con el incensario, pero sólo porque así queda ahumado de sahumerio y nadie le nota el olor a tabaco.

- Bienvenidos al Templo de la Caridad de Dios, amados hijos, hoy nos encontramos reunidos en la gracia de nuestro Señor Jesucristo para celebrar…

        La voz del Padre Gonzalo se va distorsionando en los pensamientos del acólito recostado holgazanamente de una columna próxima a la entrada. Desde la penumbra vio a todos los feligreses, los habituales, los esporádicos… y también los inapropiados.

        Entre los ocupantes de la penúltima banqueta Avelino distingue a la señora Ana Carballal, respetable matrona de las juergas nocturnas, para quien Avelino hace de mandadero por las tardes, cuando sale de la escuela. Todos le dicen Madame Annette, porque ella se las da de franchute y habla con  acento fingido delante de los visitantes, pero cuando el negocio tiene las puertas cerradas, maldice y putea cuanto se le atraviesa con más salero que cualquier zarzuela.

        - Hey Avelino, qué fauna variopinta se ha reunido hoy por aquí, eh
        - Sí Don Manuel, parece que con Lázaro resucitaron unos cuantos muertos…
        - Oye, majo, sin ofensas…
        - No, si no lo digo por usted sino por la urraca.
        - Ajá, pues para que cotilles completo, te cuento que la pajarraco no ha venido sola ni a rezar precisamente…
        - Sí, sería raro en ella, pero ¿y a qué?
        - Saber, lo que se dice saber, no sé, pero la he visto cruzando señas con el mentado Moro Fernández…
        - ¿El Moro? ¿está aquí?

        El Moro Fernández era un tipo siniestro, taciturno, sus amigos lo llamaban “el Negro Isidoro”, pero esa confianza estaba casi por completo reservada a las golfas que tomaba bajo su protección. Cuando se emborrachaba en exceso, lo cual no era poco frecuente, salía a patear perros callejeros, buscaba bronca a los transeúntes, recogía su renta en cada esquina y después a dormir la mona. Avelino pensó que la última vez que este tipo había entrado en una iglesia sería el día de su bautizo, si acaso.

- Entonces Marta replicó a Jesús: “Señor, si hubieseis estado aquí mi hermano no estaría muerto” y Jesús respondió…

        - Don Manuel, déle una vuelta por los alrededores de ese par a ver si les pesca las andadas.

        Mientras el caballero se desplazaba entre los feligreses, o más exactamente, a través, el monaguillo quedó absorto en sus propias quimeras.

- Entonces en ese momento Jesús elevó sus ojos al cielo y dijo “Padre…

        ¿Padre? No lo recordaba, quizás ni siquiera su madre era capaz de hacerlo. Un rapaz madrileño que en sus viajes de juerga se entretuvo pintándole pajaritos preñados a las pueblerinas de mirada ingenua hasta que logró revolcarlas en algún pastizal. O quizás un convicto, psicópata, que perseguido en las grandes urbes por sus crímenes variopintos escogiera la carretera a Lugo con la seguridad de hallar un pueblito insignificante, pero una vez allí se encuentra un coqueto centro turístico, con su muralla romana y demás, aparece una moza lozana, fresca, y no pudiendo resistir la tentación de la carne, la viola, la preña y huye a toda velocidad antes de que las autoridades locales lo conecten con sus fechorías mayores. O quizás, después de todo, si fue un buen hombre, de noviazgo con su madre y compromiso de boda en ciernes, que murió en la Guerra, como dice mamá y todas esas historias y recuerdos sí sean ciertos y no meros cuentos para consolar a un hijo mocoso, preguntón e impertinente.

        - Oye Avelino- dijo Don Manuel interrumpiendo las cavilaciones del muchacho, - la que se traen estos dos, que han venido a solventar un negocillo de lo más gordo…
- … gritó a viva voz “Lázaro, ven afuera” y el que era muerto…

        Avelino no podía creer su suerte mientras Don Manuel le informara los planes de las alimañas, ajustes de cuentas, el Moro birlándole una moza a la madame, asuntos de drogas, armas y estafas, un thriller a lo gringo que ni pintado para un pequeño pícaro como Avelino, que no en vano dan a parar a las iglesias… Se escurrió del púlpito durante el salmo. Estaría de regreso justo a tiempo para pasar el canasto de la limosna. Faltaba la última pascua… ¿pascua? la que él se iba a gozar dentro de una vuelta de esquina.

        Antes de girar se recostó de una pared despintada, para calmar la ansiedad y estabilizar la respiración. Se acercó a la boca del callejón con sigilo; ella caminaba de un lado para otro desafiando el equilibrio y la gravedad sobre el par de tacones rojos.
        - Amanda…
        - ¡Uh! ¿Quién mierda…? Ah, eres tú Avelino, mayor susto, chico, ¿cómo me encontraste?
        - Me manda el Moro
        - ¿Qué te ha dicho?- preguntó la mujer con nerviosismo.
        - Ha dicho que cojáis lo necesario para iros al carajo de una buena vez para siempre y que le mandéis el paquete conmigo, que si te vuelve a ver en este puto pueblo carga contigo y adiós la Mandy.
        - ¿Y por qué no ha venido él mismo a encargarse del asunto?
        - Es que le ha cogido la madame en el medio de la misa y como no han llegado a un acuerdo, que me vio y me da el recado.
        - ¡No!
        - Pues sí, tía, como te cuento, por eso me ha mandado (la mentira fluía fresca y líquida por sus labios, tan indetectable que podía confundirse con su saliva ordinaria) y te dice que os larguéis la madre de una vez, que está jodido hasta el cuello, la madame lo ha encabronado con un policía de los que ella se folla, que está sentado en el banco de junto y si no le da la pasta, pues le da reventón y amén.
        - Uy, si hasta me dan escalofríos (se persigna), espera.

        Se tragó la charla, con razón se ganaba la vida a punta de abrir las piernas, si la cabeza no le da para nada, pero, bueno, mérito al mérito, eh, también es que con una coartada tan bien armada no es nada fácil olerse la trampa, ja ja… Amanda sale de su escondite detrás del bote de basura y le entrega a Avelino un sobre amarillo de manila, grande y mal cerrado con cinta adhesiva.
        - Ten cuidado, si lo abres te mata… he anotado cuánto tomé, así que no te quieras pasar de listo…
        - Sí, sí, sí, anda que yo sé quién es el Moro, no faltaba más, dale, móntate en el primer bus sin demoras, que cuando acabe el sermón se va a prender la fiesta.
        - ¡Oye! Gracias, Avelino.
        - Por nada, por nada (literalmente)

        Ha sido como quitarle el dulce a un niño, pero sin llantos si es que todo termina bien, podría decirse que no ha llorado porque las manos le quedaron llenas d melado… Avelino se embolsa el paquete debajo del hábito, acompaña a Amanda hasta la estación y aguarda hasta que arranque el autobús, a Sevilla, creyó leer, pero podría haber sido Castilla o cualquier –illa de las que abundan en el país.

        Entonces vuelve raudo a la iglesia, busca el cepillo, pone su cara más angelical y pasa revista a los bolsillos, carteras y conciencias de los feligreses, frunciendo el ceño ante los amarretas que sueltan una monedita a desgana, sobre todo si los sabe visitantes de otros predios menos sagrados… pero por dentro está que hierve de contento, no le cabe la impaciencia, cuando llegue a casa contará el botín y lo guardará en la loza falsa debajo de la pata de la cama, junto a todos sus otros “tesoros”: Una armónica oxidada, un mechón de pelo de la Lolita del quinto año, las canicas ganadas a sus compañeros, un par de estampitas santas, que no viene mal protección de allá arriba y el prendedor de su madre, que ella cree perdido desde aquella fiesta. Con eso pagará la deuda al casero y si alcanza, al término de las clases, en el Verano, le dirá a su madre que recoja la maleta y se la llevará a Valencia. Le han dicho que por allá hay unas bonitas playas.

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