diciembre 11, 2008

La Llama (1999)




I.- Patíbulo

Las piernas me tiemblan mientras subo los peldaños, mi respiración se hace difícil, el bullicio se siente como una suave melodía de arrullo... Tropiezo un escalón y caigo irremediablemente, el hombre sin rostro me levanta molesto, con tosquedad, continúo avanzando resignada pero el corazón late cada vez más fuerte hasta que duele...

Sólo fui fiel a mí misma, la magia existe... el filo de la hoja brilla con reflejos de sol, paradójicamente hoy es un día tan hermoso, en el árbol de la derecha un pájaro azul intenso alimenta a sus pichones; las nubes se convierten en todo género de figuras... Quiero irme de aquí en ese barco de grandes velas extendidas o volar sobre aquel dragón oriental... –¡No, por favor, no me venden los ojos, quiero verlo todo!... detrás de su capucha funesta puedo percibir su sonrisa sádica, no me importa, yo necesito tener los ojos abiertos, descubiertos... él pide lo mismo, pero no entiende, no tiene culpa de nada, él no estaba involucrado, él no conoce los secretos, él no tiene la fuerza... pero no me creyeron y su amor se convirtió en condena, ahora lo colocan junto a mí...

Observo a la multitud histérica, sus rostros se deforman y la música de las esferas desciende lenta y plácidamente hasta mis oídos, supongo que es el destino y acepto el reto, el conocimiento no ha sido alcanzado en balde...

Este momento se hace interminable, mi amado tiembla de terror, ¿cómo le explico que sólo cruzaremos el umbral de la ilusión? Él cree que es el final y en el fondo de su alma me culpa y odia a Dios y a sí mismo y a todos los seres humanos... ¡él no estaba preparado! Yo quise salvarlo pero la piedra filosofal está adentro y él no descubrió la suya...

Lo miro fijamente y atraigo su mirada... está llorando... yo sabía que para él sería terrible... sus ojos café se nublan en un velo de lágrimas y es como si exigiera una respuesta de mí.

- Te amo, le digo. – Te amaré siempre, no tengas miedo.

Y él sigue mirándome a través del llanto, me quedo sin palabras, me gustaría poder acariciarlo... en el último momento parece comprender la expresión de mi rostro y yo recobro el aliento... sé que volveremos a estar juntos... quisiera transmitirle esta certeza... la vida es una serpiente mordiendo su cola... volveremos hasta reconocer a Dios en todo... El verdugo corta la soga... no siento dolor... la luz se abre delante de mí. Lo encontraré, aunque me cueste todas las vidas.


II.- Plegaria

Me acurruco junto a su cuerpo como un gato, aferrándome a mi única esperanza de redención y lo miro con expresión de niña perdida y siento ganas de llorar.

Él me abraza, consolándome, y me besa en el cuello mientras sus dedos juguetean con los rizos de mi cabeza. Yo quisiera poder decirle cuánto lo quiero, cuánto agradezco que permanezca a mi lado sin decir nada, quisiera hacerle entender que me entrego como en una ofrenda ritual. Él se disculpa por hacerme llorar, me dice que me quiere (aunque yo ya lo sé); dijo que a veces se siente como un extraño y yo no entiendo, o no quiero entenderlo, y me siento culpable de dudar, de tener miedo, de ser tan huraña...

Si yo pudiera transmitirle mis sentimientos con un beso... Si él entendiera el lenguaje de mi cuerpo... Si yo encontrara cabida dentro de las pobres palabras...

Lo abrazo fuerte. Quiero borrar sus palabras con este rostro arrepentido. Quiero quedarme en sus labios con el sabor del té. Quiero dormir con la certeza de que lo veré mañana... y estaré salvada.


III.- Pregunta

¿Y tú me preguntas si alguna vez escribo para alguien más que mí misma?, ¿es que acaso puedo en verdad escribir para mí misma?

No, uno siempre escribe para que alguien lea, aunque sea sólo por equivocación; todas mis palabras esperan a alguien, todas mis palabras son por y para alguien, estas mismas palabras que no puedo usar para decirte que te amo, para hacerte creer en mí, para borrar tus dudas con consuelos; estas mismas palabras que son siempre inútiles, imprecisas, insuficientes; estas mismas palabras que no vienen a mi boca sino a mi mano; estas mismas palabras que con su ausencia me están costando tu amor; estas mismas benditas y malditas palabras que me roban la voz y me convierten en poeta y que ya no sé si me hacen feliz o desgraciada; estas mismas palabras que no saben hacer otra cosa que darme vueltas adentro; estas mismas palabras que son siempre distintas; estas mismas palabras que hoy me sirven para extrañarte, para hablarte en el espejo, para aborrecer al Mesías apocalíptico y para soñarte conmigo en la cama; estas mismas palabras que no me salen cuando las busco, que no saben nadar en lo profundo, que no me abarcan. Estas palabras, amado, que hoy son para ti, siempre quieren ser leídas por ojos que no sean míos y ojalá algún día los tuyos tropezaran éstas.


IV.- Pausa

Pasa otra noche y él no aparece, busco excusas para quedarme despierta un poco más, contemplo su retrato (que llevo a todas partes) con el ceño fruncido y esa mueca en la boca, ¡es tan graciosa!, su expresión es de un niñito molesto.

No puedo evitar ponerme triste, no sé por qué no viene, no sé por qué, tengo miedo. En la tarde me subí al techo a llorar y vi a la gente pequeña y simple entrando a la iglesia para misa de las seis, y el cura gordo y calvo con sotana blanca esperaba en la puerta, supervisando su rebaño; después empezaron las canciones de siempre y yo sentía ganas de bajar corriendo y soltar a mi perra en medio de su templo y gritarles que se callaran, que respetaran mi dolor, que no molestaran mi soledad y deliraba por verlos dispersarse, desaparecer, pero no hice nada de eso y me quedé viendo el horizonte sobrecogedor a medida que iba oscureciendo y después alguien me dijo que él no va a volver, que ya no me quiere, que se cansó.

Y yo me pregunto: ¿se cansó de qué?, ¿de ser amado?, ¿de ser feliz?

No lo creo. En todo caso se cansó del vértigo.


V.- Premonición

Camino por el corredor de la planta alta, todo me parece familiar y extraño al mismo tiempo. Veo las grietas de las paredes y sólo entonces me percato de que es una construcción antigua, “colonial”, me digo para mí; la media tapia permite ver el salón principal desde arriba; los muebles son de madera maciza, de líneas simples. Hay muchas jarras con flores, el ambiente es cálido, pienso que me gusta estar aquí, pero aún así me siento perdida, no sé cómo llegué a este lugar.

Escucho voces en el corredor contiguo, me acerco sigilosamente hasta el puente para identificar la procedencia exacta del sonido. Me sorprende un nicho de madera decorado de verde donde reposa la pequeña figura de la madre pía, su imagen me provoca una sobrecogedora emoción de respeto, de veneración... retomo la búsqueda de las voces y encuentro una rendija de luz proveniente de una puerta entrecerrada.

Las voces salen de allí; son masculinas. Una ríe desaforadamente y la otra murmura rezongando y exhalando desesperados y eufóricos gritos de dolor de vez en cuando. Se oyen también pesados pasos que parecen danzar dentro de la habitación.

Me asomo con cuidado, para no ser descubierta, ¡quién tuviera la capa de Sigfrido! La risa era del hombre de barro, que se alimentaba de arena marina y de rayos de sol, los otros ruidos eran del hombre-témpano-de-sal, que giraba sobre sí mismo y efectuaba una grotesca traslación alrededor de la estancia; me compadecí de él; sus pies sangraban por causa de su frenético baile, sus venas palpitaban a punto de explotar... traté de interrumpir su movimiento pero me golpeó con sus garras de hielo; el cálido hombre de barro me ayudó a componerme de la caída y me ofreció un refrescante vaso de agua de mar, mientras tanto, el cansancio venció al hombre témpano-de-sal, que empezaba también a desmoronarse por desgaste.

Yo he regresado al pasillo, tomo el pequeño nicho verde con la imagen sagrada y entro de nuevo en la habitación, con MI pertenencia en las manos para guardarla en un cofre (cuya llave siempre tengo conmigo), que por cierto tampoco sé cómo llegó a parar aquí. Desprendo la llave de mi cuello, abro con delicadeza el arcón, extiendo sobre el piso la manta de estrellas, coloco el pequeño altar encima, lo envuelvo con ella e introduzco todo el paquete dentro de la caja, asegurándola con su cerradura.

Observo alrededor, el hombre de barro se ha marchado; volteo hacia la esquina donde yace el hombre-témpano-de-sal, cuya mirada me recuerda demasiado la de un hombre que amé. –Será esto lo que necesitamos?, le pregunto; él dice con voz cascada: –Será...

VI.- Pérdida

Te busqué en cada ruido de la noche, en cada rostro de la calle, en cada gota de lluvia que caía. Caminé sin rumbo tratando de encontrarte, de encontrarme, de reconciliar mis sueños con el mundo, con este mundo que amé más por ti, con este mundo que ahora volviste aborrecible. No entendí qué pasó. Tú, el héroe de los cuentos, yo, la del mundo de hadas; nosotros, las flamas unidas después de tanto... y entonces este final, esta confusión, este caos.

Entonces otra vez la rutina, los deberes, la comida de los animales, las deudas de la frutería, la cola del cajero automático, el clima contradictorio, el insomnio, entonces otra vez yo sola en mi casa viendo pasar el tiempo, tratando de encontrar una explicación donde no existe, llorando amargamente sobre el techo, soñando un gesto. Y tú permaneces en un espacio irreal, porque tus palabras finales no se corresponden con mis recuerdos y prefiero creer que el verdadero es el otro, el que me acariciaba la espalda y jugaba con mi cabello y tomaba té y escuchaba Bob Marley y deliraba de pasión conmigo encima.

No sé que pretendías entonces ni ahora, no supe nunca el secreto guardado en el baúl, no conocí más que a grandes rasgos tu pasado y sin embargo, fui para ti un libro abierto, una fuente inagotable, un árbol grande y frondoso y fuerte; amé al hombre en el rostro de un niño rodeado por otros niños más pequeños, amé el sueño de una casa con jardín y un lobo siberiano, amé el reflejo del hijo en los ojos de la madre, amé la foto de una pared en ruinas en el centro de Caracas, amé un cactus para entregártelo y me amé más a mí misma para poder amarte como una persona plena, para no trasladarte mis carencias.

Y digo amé no porque haya dejado de hacerlo, sino para acostumbrarme a la idea de que no eres ya parte de mi vida, de que entraste al pasado, de que todo acabó definitivamente, de que tu locura es irremediable.


VII.- Persecución

Huyo del fantasma para salvar lo poco que queda de mí, pero se transforma en una bestia negra de ojos brillantes que me acosan en la oscuridad, de afilados colmillos llenos de sangre amenazante. Me refugio en las cavernas glaciales de cuerpos vacíos y grandes de amantes sin nombre, sin ojos, sin bocas; en cuerpos grandes de amantes que son sólo manos inquietas y ávidas de mí. Las cavernas se derrumban al poco tiempo de permanecer en ellas y me veo obligada a salir a la intemperie donde la bestia negra me aguarda acechante y paciente.

Mientras trato de escapar, la bestia negra me da alcance, me derriba, me desgarra un poco; yo hago intentos desesperados por librarme del dolor, pero el aroma de la bestia es tan dulce... huele a té y azúcar morena, a incienso de La India, a canela y clavo. Poco a poco el cansancio me gana y dejo a la bestia negra alimentarse de mis entrañas, su cuerpo es pesado, me inmoviliza, pero ya no opongo resistencia; me devora lentamente, se lame la boca, roja de sangre. Su pelaje es suave como un recuerdo de infancia, como un beso dado al atardecer, como una ola de mar; acariciarlo hace más soportable esta agonía.

Asimilo la muerte, me entrego, exhalo el suspiro final, abandono este mundo de miserias y felicidades de papel, abandono el reino de los seres crueles, abandono la morada del amor ingrato y me encamino hacia lo que no sé.


VIII.- Never meet or never part

Se despertó con la misma sensación amarga en el estómago y el escalofrío que recorre toda la piel, entonces a buscar otro vaso de agua en la cocina, sin prender las luces para no despertar a nadie, los pasos quedos, sigilosos... y el líquido arde en las entrañas devoradas por el ácido corrosivo de la bilis y después otra vez a la cama, con cuidadito, sacudir la sábana, amoldar la almohada.

Listo, arroparse, los pies, sino los zancudos... un suspiro, entorna los ojos, “a volar, a volar” piensa, pero los perros no dejan de rasgar la oscuridad con sus quejidos, con esos quejidos que se parecen tanto a sus ojos llenos de lágrimas, estos quejidos que me desvelan como el recuerdo de su piel tersa y el cabello desordenado cayéndole en la nuca, implorando con todo su cuerpo que me quede un poco más... y él que no podía, que tenía que llegar temprano, que los asuntos del día siguiente o la academia, o un problema del auto... o entonces esa locura inexplicable y salir corriendo para salvarse, ¿salvarse de qué? –de cualquier cosa, pero salvarse... porque el peligro se esconde donde menos esperas... –Y yo no entiendo tu paranoia, eso se llama miedo a ser feliz... Pero no era así, era miedo al lado oscuro de la luna, al lado oscuro del propio rostro, a ése que sólo se revela en las sombras de la habitación, en el amargo del estómago, en los complejos subconscientes. No podías darte cuenta porque para ti todo era luminoso y simple y a mí me daba rabia que sonrieras aunque las cosas salieran mal y sospeché de tu bondad, de tu fe en el universo y en ese mundo de preciosas mentiras infantiles en que vives. –Existen, me dijiste, pero no me enseñaste a creer y después ese dulce placer de venganza cuando derramaste la primera lágrima por mí, esa lágrima amarga como las paredes de mi estómago que se hacen eco de mis remordimientos de conciencia. Él quería aprender la alegría, pero se desesperó en el intento –Desesperación, sí, pesadilla, sí, “never meet or never part”, pero en el dolor la vida... Mejor conocerse, “or never part”, pero se rompió el círculo... Quizás el espiral, en el universo nada se destruye, y los perros aúllan hasta el amanecer... y de aquel rostro no se borró la sonrisa, el recuerdo la conservó intacta... y el ardor en la garganta... “or never meet”.




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