septiembre 08, 2010

Carmelo All Star




Carmelo apagó el despertador y siguió durmiendo. De repente creyó que se levantaba, se duchaba con agua bien caliente cantando un aria a lo Pavarotti pero con marcados tonos nasales. Cuando el agua empezó a salir verde y espesa mientras sus pies se enredaban en raíces de mangle comprendió que había comenzado a soñar y abrió los ojos, sudoroso y sobresaltado.
Se puso su guayabera bordada, los pantalones de lino blanco, calcetines vinotinto de nylon y los zapatos de patente blanquinegros. Frente al espejo se engominó el pelo negrísimo (¡Bendita sea la Silueta Swarkopff!), así hace tiempo de que se le seque la mascarilla de pepino, astringente, para que no le queden poros abiertos. ¡Esta noche debe tener el cutis perfecto!
Desprende con cuidado los pellejitos de pepino, se enjuaga, se restriega con “apricot scrub”, se cepilla los dientes, se aclara el rostro con agua fría y se aplica la crema hidratante de alfa hidróxidos, lo mejor contra las arrugas.
Se empolva la nariz con facial chino de arroz, para no andar “cara ‘e pastelito”. Abre el gabinete del espejo y analiza dubitativamente los estuches; extrae el tercero de derecha a izquierda y procede a colocarse los contactos verdes. Una gotita de solución óptica en cada ojo más un “toquecito” en cada fosa nasal, para salir entonado; después de una revisión visual de cuerpo completo frente al espejo grande, Carmelo está listo para conquistar el mundo.
-¿Para conquistarlo? No, niña, será para seguir conquistándolo…
Carmelo se siente en la cima del mundo. El Salón siempre está lleno de pavitas que se secan el pelo, viejas copetonas que necesitan un intensivo de latonería y pintura, mamis que se hacen las manos y los pies,, muchachitos mocosos y pecositos que vienen por su corte paje, hermanas que se depilan o las chamas fashion que vienen a teñirse. Caja llena y corazón contento. Nada que ver con el raquítico e insignificante inmigrante campesino que hace 27 años pateaba los laberintos de la ciudad extraña e inhóspita buscando trabajo de cualquier cosa, porque no sabía hacer ninguna; sepultados quedaron los días de dormir con un ojo abierto en un banco de plaza.
- Cancelado, cancelado, cancelado, todo el pasado cancelado.
Empezar a lavar cabezas y empezar a subir como la espuma fueron una misma cosa. Hoy será la gota que rebase la copa de la felicidad de Carmelo.
- Cuando vas al encuentro de tus sueños sólo el cielo es el límite.
Al llegar a la Planta Baja del edificio toma el taxi que ya lo espera, saluda al chofer y saca una revista de su portafolio, porque siempre debe estar al tanto de las nuevas tendencias. En Londres son más atrevidos, más quema’os. Planea ir allá el año próximo.
Dentro de su cápsula de aire acondicionado Carmelo ve pasar un autobús cuyo vidrio trasero está cubierto por un anuncio con su foto. Lo sigue con la mirada hasta que finalmente lo pierde entre el tráfico. Sonríe satisfecho.
El taxi lo dejó frente al Salón (el que atiende Él mismo, en persona); antes de bajarse se retocó con un papelito empolvado.
Todos lo saludan al entrar, estilistas y clientes por igual, todos alardean de familiaridad pero nadie traspasa a su intimidad de soltero empedernido, romántico incurable y maniaco depresivo.
Cuadró la caja temprano, mandó a Robert a depositar en el Banco Exterior, recolectó algunos implementos dentro de un neceser, hizo varias llamadas telefónicas – unas cortas como telegramas y otras largas como monografías -. En eso volvió Robert con los recibos bancarios, Carmelo revisó todo, dio instrucciones a cada cual, tomó su portafolio, su neceser y esperó afuera que el taxi acostumbrado llegara (¡No es nada fácil esto compaginar sus dotes artísticas con la faceta de incipiente empresario de franquicias estéticas!, y si no me creen traten de administrar un emporio que hasta podría tildarse de filantrópico, ¿o acaso no cumplían sus salones con una labor humanitaria hacia su prójimo?), luego hicieron escala en la lavandería “Satín”, donde Carmelo recogió una pieza en su respectivo gancho y cubierta plástica, sólo que ésta era opaca y no permitía ver el contenido. La acomodó estirada en el asiento trasero, cerrando la puerta con cuidado. Las mariposas en el estómago explotan cuando sube de nuevo al vehículo y continúa el trayecto en el asiento de adelante, junto al chofer.
Nunca lo había visto tan cerca, las piernas bien formadas, la firmeza cuando mueve la palanca de los cambios. Se acalora, al desviar la vista hacia la calle vuelve el mariposeo, que se va convirtiendo más bien como en una centrifugadora. Las manos le sudan un poco, también observa compulsivamente la cara de su reloj “Longines Edición Especial Aniversario”.
Cuando el taxi se detuvo frente al “Club de Baco”, Carmelo necesitó aún unos minutos antes de bajarse con garbo y determinación, como una diva; uno de los muchachos de seguridad lo ayudó con los paquetes hasta el camerino.
- Es que las estrellas no debemos cargar peso- Comenta divertido.
En un impulso de sinceridad y desesperación irreprimibles le dice al taxista:
-¡Hoy es mi debut!
- Suerte- Le responde éste y arranca.
Mientras se enrola al cuello la boa de plumas y disimula un chorrea’o del rímel, Carmelo escucha desde el escenario al tiempo que un temblor de emoción recorre su columna vertebral hasta hacerle temblar las rodillas:
- ¡Y ahora un fuerte aplauso, con ustedes… Carameeeeeeeeeel, la voz más dulce de la fauna nocturna!
(2003)

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