abril 17, 2008

El Genio del Porro




El flaco barbudo y desarreglado caminaba por la orilla de la playa pateando la arena. El short se le escurría por las delgadas nalgas con ínfulas cantinflescas. De cuando en cuando rompía una ola más grande y el agua se arrastraba hasta sus pies y le refrescaba los sabañones. El día estaba cálido aunque no demasiado soleado. Después de un rato se acercó a una palmera, sacudió el suelo y se sentó, pero una vez recostado del tronco notó una irregularidad entre la arena; la pequeña protuberancia sobresalía un poco más allá del alcance de su brazo, así que tuvo que estirarse para alcanzar lo que en su mano comprobó como un chicharrón (o sea, un tuquito de marihuana). Buscó en su bolsillo pero el mar había humedecido los pocos fósforos que campaneaban en la caja. De todas formas, se llevó la chicharra a su boca para sentir la melcocha transmitirle ese beso olvidado que un día había recibido y que ahora rescataba de su abandono. En medio de su ensimismamiento se sobresaltó al observar que del extremo contrario a su boca comenzaba a salir un humo espeso que iba adquiriendo una figura humanizada. La figura con una voz profunda y atronadora le dijo:
- Soy el Genio del Porro, pídeme un deseo y te lo concederé.
- ¿Cómo? ¿No que esas vainas de los genios son de a tres?
- Sí, pero es que ya se fumaron los otros dos.
- Coño, qué mala leche...
- Entonces, ¿qué vas a pedir?
- Bueno, si la cosa es así de violenta, entonces... mmmm... no es nada fácil... esteeeee... ya sé, mi pana, deseo un cacho que no se me acabe nunca.
- Si va...

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