julio 20, 2011

El Flaco

Apareció una tarde a finales de junio del año 2009 frente a la casa donde vivía en ese entonces, la que yo apodaba "la chocita". Estaba viejo, sucio y enfermo. Sin embargo algo en su porte permanecía elegante y majestuoso. Otra causa perdida, pensé. -Ésas son las mejores- me gustaba decir en un lejano tiempo. 

Pasaron varios días, lo veía al salir en las mañanas y al volver en las noches, hasta que no aguanté más y le dejé un plato con comida y un pote con agua. En la mañana: vacíos... y ni rastro del personaje... bueno, agarraría fuerzas para seguir... pero al volver, en un rinconcito de la casa de Gonzalo lo vi asomando la nariz.

Ése fue el inicio de nuestra amistad. Con la confianza vinieron los baños, la peluqueada, el peinado, el cepillado de los dientes, el extirpado de pulgas y garrapatas, la cura de unas cuantas gusaneras y de un absceso que tenía en el cuello. ¿Asco? Desapareció a medida que nos compenetramos. Después me acompañaba para casi todas partes y hacía un escandalo si no lo dejaba seguirme. Como en esa época estaba en período de transición entre la chocita y mi terreno propio, lo asumí como un aliado, un familiar querido que había llegado a acompañarme.


Como ya era viejo no me pareció adecuado ponerle un nombre, o sea, lo intenté pero no lo logré: yo lo miraba fijamente a los ojos y le decía "¿Nico?... nada... ¿Lassie? nada... ¿Olafo? nada... ¿Torombolo? ¿Luis? ¿Marcel? nada... ¿Pirulín? ¿Gardel? ¿Pelúo? nada... él seguía echado, una pata cruzada sobre la otra, con la mirada melancólica y cansada, suspirando. Pero yo ya no podía seguir diciéndole simplemente "perro", así que empecé a llamarlo "flaco", que si "vamos, flaco, pa' casa 'e Lalo", "permiso flaco", "toma flaco" y así se quedó "El Flaco", porque al principio era puro pelo y hueso.


Mientras más nos conocíamos más me preguntaba yo ¿por qué lo habrían botado, qué habría pasado, lo buscarían en alguna parte? pues se notaba que en otro tiempo fue muy querido y consentido, hasta mimado. De cachorrito debió ser de lo más cuchi. ¡Si es que ese animal parecía gente! Entendía todo lo que uno le decía. El Flaco resultó todo un verdadero gentleman.


Y por esas cosas que pasan que son como pruebas de la vida o ironías del destino, cuando ya estaba bien bonito y sano, además de que por supuesto todos le habíamos agarrado muchísimo cariño, una tarde volvimos a casa y lo encontramos grotescamente muerto (¿y cuándo será que no es grotesca la muerte?)


-A ese bicho lo aliñaron- dijo Lalo. 


A mí se me hizo un nudo en las tripas. Desde la garganta hasta el intestino. Me dieron ganas de salir corriendo, llorar, gritar, todo al mismo tiempo. Pero como mi hijo aún no había visto nada, reprimí todo el drama y apenas una sola lágrima se me escurrió cuando le dije a Lalo con la voz quebrada -¿dónde lo vamos a enterrar?


Un par de meses después le sembramos encima un pino lazzo -el pino del Flaco- y hasta bromeé diciendo que éste sería el "pino Lassie". Y después traté de no pensar más en eso y de hecho lo hice, no pensé más en eso (y pues que no soy tan masoquista de ponerme a pensar en vainas que me depriman, coño, que para eso ya tengo suficiente con las circunstancias). 


Pero justamente por esas cosas que pasan que son como pruebas del destino o ironías de la vida, ayer cuando fui a cosechar en la mata de ají dulce de abajo, una rama del pino se me ensartó en la ropa. Cuando la agarré para zafarme pasó algo de lo más extraño: el arbolito se encendió con una luz espectral y los pájaros negros en lo alto del bucare ceibo se alejaron haciendo un sonido exactamente igual a los ladridos de mi amigo perdiéndose en la distancia. Enseguida lo supe, la raíz había llegado al cadáver y el alma del Flaco ahora emanaba de una nueva existencia vegetal. Mi compañero de camino ahora se levantaba para continuar junto a mí como un guardián fiel. "La vida no se acaba mientras el amor permanece", susurró en mi oído el Viento del Este. Escalofrío. Ésas son las sorpresas de la alquimia...





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