junio 20, 2008

El Árbol de Narciso





Lo que no dijeron los libros de mitología fue que al ahogarse en el beso de su reflejo, mi abuelo alcanzó un estado de éxtasis tan arrobador que su orgasmo se esparció por el agua al mismo tiempo que su aliento abandonaba su cuerpo.

Más tarde, todas aquellas que se asomaron a la fuente quedaron preñadas por Narciso a través de la pupila, es lo que se ha representado simbólicamente con su transfiguración en flor.

Pero no se crean que el despecho de Eco quedó impune. Toda la descendencia ha sufrido la herencia del desplante y estamos condenados a la egolatría, sabemos de antemano que nunca encontraremos un objeto tan digno de amor como nosotros mismos, excepto quizás cuando reconocemos esa herida en el fondo de otros ojos que delatan el parentesco…

Los hijos del árbol de Narciso vivimos en la soledad de un recíproco amor insatisfecho. Nos reconocemos porque para nosotros nadie es tan importante que el yo mismo, nuestra libertad es un bien inalienable y si nos relacionamos es sólo mientras la mirada del otro nos refleje sin exigencias.

Ellos, los otros, están destinados a sufrir la historia de Eco y nosotros a purgar el castigo mítico y florecer, reproducirnos, con esos que nunca serán nosotros, aunque quién sabe, con todos estos adelantos en materia de genoma y clonación, capaz que un día cualquiera nuestra genealogía rompa con el ciclo kármico.

Terribles frutos del árbol de Narciso, también nos conocen con el nombre de deseos.

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